MI PADRE Y MI MADRE ERAN MACHISTAS
RELATO CORTO
Creado por: Alma de Mujer Igualitaria
Cuando la selección femenina de fútbol española, ¡uy! perdón por lo de español, ya me he autoidentificado como facha. Perdón, quería decir…”cuando la selección femenina de fútbol de este Estado ganó el mundial”…ahora sí, ya soy progresista, más aliviada.
Pues cuando eso ocurrió, mi madre, en ese momento contaba con algo más de 90 años de vida sufrida y sufrimiento vital, que no es lo mismo, porque lo segundo viene a agravar lo primero, máximo cuando esa vida se inicia en plena guerra. Una guerra, si, ni idea de que es eso, ¿verdad? Que suerte han tenido estas generaciones “!sin guerra!” Pues aquella fue una guerra de esas que mandan al frente de batalla a nuestros mas indefensos hombres socialmente hablando; sin saber, ni querer. Una guerra, como la de Israel contra Ucrania, o era Rusia contra Israel, ¡ah no!, que era Siria contra Yemen e Irak y este contra Gaza, pero que luego estaban Hamas y Hezbolá…. ¡Que lío de guerra, y que lejos! La guerra de mi madre no fue tanto lío, pero estaba muy cerca, aquí. Eran rojos contra azules, casi como un juego, igual que hoy, rojos contra azules. Esta guerra de la que hablo, aún no ha terminado, sigue coleando, hoy la vivimos, pero ya no la sufrimos. La sufrió mi madre.
Pues esa mujer de guerra, con tantos años, me decía con tristeza y suspiro, sobre todo suspiro, mientras les entregaban a nuestras jugadoras sus trofeos. ¡Hay que pena! ¡Si yo hubiera podido tener las oportunidades de estas chavalas! ¡Con lo que yo he valido siempre y que poco he podido demostrarlo! ¡Sin cultura, sin estudios y sin oportunidades, más allá de casarme con un hombre bueno, como fue tu padre y vivir a su sombra, criando sus 3 hijos, que también eran míos! ¡Esa ha sido toda mi vida, hija! Mi madre no sabe qué por aquello del uso correcto del lenguaje inclusivo, cuando decía 3 hijos, debería haber dicho 2 hijos y una hija, yo, pero se lo perdono. Mi madre no sabe lo de “la revanche des femmes”, sólo que la mujer debe estar en su casa, cuidándola y cuidando de los suyos (no sabe tampoco lo que fue la @ en el lenguaje inclusivo y que ya está en desuso. Por respeto a ella, ni la incorpora, ni desdoblo el “suyos”).
Creo que puedo concluir por tanto, con respecto a mi madre, que era machista, aunque ella ni sabe lo que es eso, ni le importa a estas bajuras.
Le pregunté por mi padre, como marido y como padre. Yo tengo mi idea lógicamente y esta es que mi padre como tal, en relación a sus hijos e hija, no ejerció, no existió. Ni siquiera, cuando hace 12 años barruntaba su muerte algo prematura por culpa del humo de la soldadura eléctrica que había destrozado sus pulmones y que combatía con oxígeno adicional que no evitó su muerte, pero que alargó una agonía que el no deseaba. Ni siquiera en esos últimos momentos ejerció de padre. Simplemente. No lo sabía. Se murió, y punto. Ni siquiera sabía que mis dos hermanos, mayores que yo, también eran capaces de poner y recoger la mesa. Mi padre también era un machista.
Sin embargo, mi madre, empero, me dijo que había sido un padre ejemplar, siempre pendiente de que a sus hijos no les faltara de nada y eso sí, algo mejorable como marido, ¡pero pobre!, todo el día trabajando. Que salía de casa a las 03h, que es más que las 3, si, de la madrugada, para descargar camiones de pescado en el mercado central, para luego irse a trabajar sus 10 horas como soldador, que era su trabajo principal y llegar a casa a las 5 y media, para merendar/cenar y acostarse, que a las 03, otra vez las 03, volvía la rutina diaria. Perdón, diaria no, nocturna. Cuando llegaba el fin de semana, trabajaba de vigilante, los dos días, en un parque. Tengo el vago recuerdo de ir con mis hermanos ya veces con mi madre a llevarle la comida. Lo que cabía en una “tartera” metálica, de la que los líquidos se empeñaban en fugarse.
Parece ser que mi padre se ocupó mucho de sus trabajos y nada de sus hijos. No recuerdo un abrazo suyo, ni siquiera un beso más allá de acercar su carrillo al mío y lanzar un sonido al aire. Casi lo prefería a los besos de mi madre, que me llenaban la cara de babas. No recuerdo haber hecho deberes con mi padre, nunca. Si acaso recuerdo, la expresión amenazante cumplida a su llegada, tras la advertencia previa y amenaza de mi madre que se traducía en un “¡!como me bastante el cinto!”. Recuerdo y repica mi pensamiento esa amenazante frase, que nunca se llevó a la práctica, afortunadamente.
Mi madre siempre refrendaba y apoyaba todo lo que decía mi padre, como que yo, la hija, recogiera la mesa, fregara “los cacharros” y ayudara a mi madre con las tareas de la casa, mientras mis hermanos jugaban a las chapas en la terraza. ¿Igualdad? Jaja. Mi madre dice que esa palabra es un invento moderno.
Así que, por concluir, no tengo ninguna duda, mi madre y mi padre, eran machistas.
Poco tiempo después de que aquella selección estatal femenina citada ganó el mundial, teniendo por cierto, de presidente, a un presunto abusador sexual masculino. ¿Verdad incomprensible? No lo del abusador, que allá la justicia, si no que los designios de una selección femenina sean otorgados a una figura masculina…Bueno, pues poco después de aquella “femigesta” que todas y todos aplaudimos, mi hijo mayor, aún con 17 años. , entró en la universidad pública. Psicología. Siempre le gustó la mente humana y sus comportamientos.
Pasado un mes, llegó a casa una tarde después de clase y no sé muy bien porqué, se fue en busca de su padre, pero si sé que me abordaron la envidia y los celos y le dijo: “Papá, hoy, en clase, he aprendido que no voy a debatir nunca más con mujeres”. “Porqué hijo, no será para tanto hombre, ¿que ha pasado?”, contestó el preguntado mientras yo, atenta, escuchaba lo suficientemente cerca, sin ser vista. “Porque los hombres estamos en inferioridad de condiciones en los debates con mujeres” “Y eso, le dijo el padre” “Pues porque las mujeres te pueden tocar, y tú a ellas, no. Te pueden interrumpir, y tú a ellas no. Y te pueden gritar, y tú a ellas no”. A continuación, se hizo un silencio desigual, nada igualitario. El hijo esperaba una respuesta y el padre, creo que el padre, sencillamente, no tenía respuesta que igualara o equiparara la desigualdad.
No me preguntaron por qué, pero me retiré discretamente de la escena, pensando en mi padre. El machista. Yo no habría podido, nunca, hacerle una pregunta similar.
Sin querer intervenir. Simplemente consolé esa tristeza pensando que, al menos, mi hijo, si había podido preguntar a su padre.
Gracias a mi madre, gracias a mi padre y gracias “igualdadmente” a quien lo haya hecho posible.
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